sábado, 25 de agosto de 2012

EL BUEY Y  LA  SERPIENTE  
            Prólogo
Bajo un árbol sombrío
el manso buey estaba,
y a sus solas rumeaba
diciendo en baja voz:
"Yo sirvo al dueño mío
no sólo como criado
surcando con mi arado
su rústica mansión:

"Se dirige a otro objeto
mi oficio liberal,
y en la ciencia moral
hago de preceptor.

"Si repara discreto
a mi muda enseñanza,
como hace en la labranza
cuando arándola voy;
verá mi mansedumbre;
mi dócil obediencia,
mi sufrida paciencia,
mi constante tesón.

"Una escasa legumbre
me sirve de alimento
de muy poco sustento,
y de ningún sabor"....

Una serpiente astuta,
que bajo el nido asecha
a un gorrión que pelecha
al buey interrumpió:

"Yo. dijo, sin disputa,
soy maestra y preceptora
del hombre, desde la hora
que nos calienta el sol.

"Entonces inocente
en tiempo inmemorial,
le di del bien y el mal
la primera lección".

"Después ya delincuente
y de índole proterva
si mi conducta observa,
mil máximas le doy".

"En mi canto, desvío
de un retiro estudioso;
y en mi curso tortuoso
de un discreto temor".

"De todos desconfío,
porque en fraudes experta
tan sólo sé que acierta
el que piensa lo peor".

"La fama me celebra,
dándome preferencia
por mi mucha prudencia
de la que emblema soy".

Hasta aquí la culebra
sus méritos pregona,
pero nada menciona
de su veneno atroz.
En la naturaleza
todo ser es activo:
y también instructivo
según su condición.

Enseña con viveza
sencilla y elegante
el máximo elefante
y el mínimo arador.

El benéfico bruto
y la fiera dañina
le dan sana doctrina
al buen entendedor.
De todo saca fruto
quien lo bueno aprovecha,
y lo malo desecha,
benévolo lector.


LAS PALOMAS Y LOS SANATES NIDIFICANDO. 

-LAS PALOMAS Y LOS SANATES NIDIFICANDO. 

Con filosóficos ojos
cierto curioso observaba
las palomas y sanates
en la estación que anidaban.

Las primeras, macho y hembra
de conformidad trabajan
desde el punto que en el nido
se pone la primer paja.

Una lleva el material
y otra, sin nivel ni escuadra,
naturalmente arquitecta
con sólo el pico lo labra.

Después, en la empollación.
sobre los huevos descansan,
una llega y los fomenta
mientras la otra se levanta.

De los nacidos pichones
no se descuidan entrambas,
suministrando a cada uno
la asistencia necesaria.

De los preparados buches
al de los pollos trasladan
la ya medio digerida
y conveniente substancia.

Las palomas de este modo,
al tiempo que se propagan,
con igualdad participan
los placeres y las cargas.

Al contrario en los sanates,
la hembra tan sólo se afana:
ella el material conduce,
empieza el nido y lo acaba:

Ella los huevos calienta,
y cuando los pollos saca,
sólo ella con mil fatigas
les proporciona la vianda.

Mientras tanto el clarinero,
que es el macho de la casta,
cantando de árbol en árbol
alegre la vida pasa.

El curioso observador,
viendo diferencia tanta
entre estas aves, decía,
adivinando la causa:

"En el consorcio nupcial,
la fidelidad jurada
un padre cierto a los hijos
en el marido señala.

Este los tiene por suyos
y con tierno amor los ama,
dividiendo con la madre
los cuidados de la crianza.

Pero en el franco comercio
de una Venus libre y vaga
aun la misma madre ignora
el padre de lo que nazca.

Todo macho desconoce
esta prole por extraña,
y porque puede ser de otro
nadie por suyo lo marca


-------------------------
Sepan para su gobierno
mi fábula las muchachas;
e imitando a las palomas
no pretendan ser sanatas.









LA ARAÑA Y LA ORUGA 

FÁBULA   III

LA ARAÑA Y LA ORUGA 

Bajo un vaso cristalino

suelo encerrar las orugas,

para saber cuándo y cómo

en mariposas se mudan.

 

Este insecto, por instinto,

para la muerte acostumbra

disponerse en un retiro

lejos del comercio y bulla.

 

En abstinencia perpetua,

y con vigilancia suma

sus postrimeros instantes

toda su atención ocupan.

De cierto humor glutinoso

que de sus entrañas purga

con delgados hilos teje

las fatales ligaduras.

Contra lo terso del vaso

repetidas hebras cruza,

y sobre ellas sus cenizas,

y las esperanzas funda.

Allí con impulso propio

la antigua piel se desnuda,

y bajo el nombre de ninfa

una bolsa la sepulta.

 

Pasados algunos días,

en que el calor la fecunda,

ya mariposa brillante

sale volando de la urna.

 

Observando este portento

una vez, como otras muchas,

vi. en un pequeño resquicio,

que estaba una araña oculta.

 

Entre el vaso y la pared

extendió su tela, astuta,

con cuyo doloso arbitrio

su efímera vida busca.

 

Atisbando cautelosa

a un gusano en su clausura

entre dientes murmuraba,

haciéndole mofa y burla.

 

" ¡Qué raro tema, decía,

el que a este bicho preocupa!

no come, bebe, ni duerme,

pensando sólo en la tumba.  

 

¡Pobre diablo! con qué empeño,

con qué calor, y qué furia

ha tomado por oficio

labrarse la sepultura.  

 

Las entrañas se devana,

y para morir madruga,

de las delicias se priva,

y hasta el pellejo renuncia.  

 

Yo también me desentraño,

pero por la causa justa

de procurarme la vida

y placeres que la endulzan.  

Al sólo nombre de muerte

el cuerpo se me espeluzna,

su más remoto peligro

me hace guardar esta gruta".  

 

Oyolo todo el gusano

y con su voz moribunda

le dijo: "los dos tenemos

razón en nuestra conducta.  

 

Tú, que otra vida no esperas

más que la presente, gusta,

de sus placeres, y teme

que la muerte los destruya.  

 

Yo voy alegre al sepulcro

y aun lo prevengo de industria,

porque la muerte es el medio

de mejorar mi fortuna.  

 

Ahora soy gusano humilde

que me arrastro con angustia,

y mañana ave del cielo

volaré por las alturas".

Lo mismo decir pudiera .

un fraile de la cartuja,

contestándole a Voltaire

los sarcasmos y las zumbas.

Siglo que ilustrado llaman

las arañas de que abunda:

aprovecha las lecciones

con que un gusano te alumbra.


 




SALVADOR SALAZAR ARRUÉ
-SALARRUÉ-
1899-1975

        Nació en Sonsonate, el 22 de Octubre de 1899, y murió en San Salvador el 27 de Noviembre de 1975. Poeta, pintor y escritor, ha sido considerado el máximo exponente de la narrativa cuzcatleca, entre quienes se cuentan como principales antecesores suyos a Francisco Herrera Velado, Arturo Ambrogi y José María Peralta Lagos.Salarrué fue uno de los fundadores de la nueva corriente narrativa latinoamericana. En sus "Cuentos de Barro" y "Cuentos de Cipotes", logra una plena identificación con el mundo campesino, nunca antes advertidas en los autores salvadoreños.
       
Entre otras obras publicadas están: El Cristo Negro (1927), El Señor de la Burbuja (1927), O Yrakandal (1929), Remontando el Uluán (1932), Conjeturas en la Penumbra (1934), Eso y Más (1940), El Trasmallo (1954), La Espada y Otras Narraciones (1960), Vilanos (1969), El Libro Desnudo (1969), Ingrimo (1969), La Sombra y Otros Motivos Literiarios (1969), La Sed de Sling Bader (1971), Catleya Luna (1974), Mundo Nomasito (Poesía -1975)......y los populares Cuentos de Barro (1933) yCuentos de Cipotes (1945).
CUENTOS DE BARRO

EL NEGRO

        El negro Nayo había llegado a la costa dende muy lejos. Sus veinte años morados y murushos, reiban siempre con jacha fresca de jícama pelada. Tenía un no sé qué que agradaba, un don de dar lástima; se sentía uno como dueño de él. A ratos su piel tenía tornasombras azules, de aun azulón empavonado de revólver. Blanco y sorprendido el ojo; desteñidas las palmas de las manos; gachero el hombro izquierdo, en gesto bonachón, el sombrero de palma dorada le servía para humillarse en saludos, más que para el sol, que no le jincaba el diente. Se reiba cascabelero, echándose la cabeza a la espalda, como alforja de regocijo, descupiendose toduel y con gárgaras de oes enjotadas.
        El negro Nayo era de porái.....: de un porái dudoso, mescla de Honduras y Berlice, Chiquimula y Blufiles de la Costelnorte. De indio tenía el pie achatado, caitudo, raizoso y sin uñas -pie de jenjibre-; y un poco la color bronceada de la piel, que no alcanzaba a velar su estructura grosera, amasada con brea y no con barro. Le habían tomado en la hacienda como tercer corralero. No podía negársele trabajo a este muchacho, de voz enternecida por su propio destino. Nada podía negársele al negro Nayo: así pidiera un tuco e dulce, como un puro o un guacal de chicha. Pero, al mismo tiempo era -pese a su negrura- blanco de todas las burlas y jugarretas del blanquío; y más de alguna vez lo dejaron sollozante sobre las mangas, curtidas con el barro del cántaro y la grasa de los baldes. Su resentimiento era pasajero, porque la bondad le chorreaba del corazón, como el suero que escurre la bolsa de la matequilla. Se enojaba con un "no miablés".....y terminaba al día siguiente el enojo, con una palmada en la paletiya y su consiguiente: "¡veyan qué chero éste!".... y la tajada de sonrisa, blanca y temblorosa como la cuajada.
        Chabelo "boteya", el primer corralero, era muy hábil. Tenía partido entre las cipotas del caserío, por arriscado y finito de cara; por miguelero y regalón; pero, sobre todo, porque acompañaba las guitarras con una su flauta de bambú que se había hecho, y que sonaba dulce y tristosa, al gusto del sentir campesino. Nadie sabía cuál era el secreto de aquel carrizo llorón. Bía de tener una telita de araña por dentro, o una rendija falsa, o un chflán carculado...... La Fama del pitero Chabelo, se había cundido dejlores como un campaniyal. Lo llamaban los domingos y ya cobraba la vesita, juera de juerga o de velorio, de bautizo o de simple pasar. Un día el negro Nayo se arrimó tantito a Chabelo "boteya", cuando éste ensayaba su flauta, sentado en el cerco de piedras del corral. Le sonrió amoroso y le estuvo escuchando, como perro que mueve el rabo. 
       - ¡Oyí negró, querés que tenseñe a tocar?....Por la cara pelotera del negrito, pasó un relámpago de felicidad. 
       - Mire, chero, y yo le vuá a pagar el sábado, pero no me vaya a tirar...
       Después de las primeras lecciones. Chabelo el pitero, le arquiló la flauta al negro para unos días. El negro se desvelaba, domando el carrizo; y lo domó a tal punto, que los vecinos más vecinos que estaban a las tres cuadras, paraban la oreja y decían:
        - ¡Oiga, puero ese Chabelo! es meramente un zinzonte el infeliz.....
        - Mesmamente; diayer paroy, le arranca el alma al cristiano como nunca. 
        Callaban.....y embarcaban sus silencio en el cayuco bogante de aquella flauta apasionada, que los hundía en la dulzura de un recordar sin recuerdos, de un retornar sin retorno. En poco tiempo, el negro Nayo sobrepasó la fama de Chabelo. Llegaban gente de lejos para oírlo; y su sencillez y humildad de siempre se coloreaban de austeridad y poderío, mientras su labio cárdeno soplaba el agujero milagroso. El propio Chabelo, que creyó, todos los secretos del carrizo, se quedaba pasmado, escuchando -con un sí es, no es, de despecho- el fluir maravilloso de un sentimiento espeso que se cogái con las manos.
       Una tarde dioro en que el negro estaba curando una ternera trincada, con una pluma de pollo untada de creolina, Chabelo se decidió por fin; y un tanto encogido, se acercó y le dijo: 
       -Mirá, negro, te pago dos bambas si me decis el secreto de la flauta. Vos le bís hallado algo que le pone esa malicia... seya chero y me lo dice...
       El negro se enderezó, desgreñado, blanca la boca de dientes amigos y franca la mirada de niño. Tenía abiertos los brazos como alas rotas, sosteniendo en una mano la pluma y en la otra el bote.......miró luego al suelo empedrado y meditó muy duro. Luego. como satisfecho de pensada, dijo al pitero:
       -No me creya egóishto, compañero, la flauta no tiene nada: soy yo mismo, mi tristura...., la color....

 

LA BOTIJA
        José Pashaca era un cuerpo tirado en un cuero; el cuero era un cuero tirado en un rancho; el rancho era un rancho tirado en una ladera. Petrona Pulunto era la nana de aquella boca: 
       -¡Hijo: abrí los ojos, ya hasta la color de qué los tenes se me olvidó!.... José Pashaca pujaba, y a lo mucho encogía la pata.
 
       -¿Qué quiere mamá?.
       -¡Qués necesario que te oficiés en algo, ya tás indio entero!
 
       -¡Agüen!....
Algo se regeneró el holgazán: de dormir pasó a estar triste, bostezando.
       Un día entró Ulogio Isho con un
 cuenterete. Era un como sapo de piedra, que se había hallado arando. Tenía el sapo un collar de pelotitas y tres hoyos: uno en la boca y dos en los ojos. 
       -¡Qué feyo este baboso!-
 llegó diciendo. Se carcajeaba, meramente el tuerto Cande!....Y lo dejó, para que jugaran los cipotes de la María Elena. Pero a los dos días llegó el anciano Bashuto, y en viendo el sapo dijo: 
       -Estas cositas son obras donantes, de los agüelos de nosotros. En las aradas se encuentran catizumbadas. También se hallan botijas llenas dioro.....
       
José Pashacase dignó arrugar el pellejo que tenía entre los ojos, allí donde los demás llevan la frente.
 
       -¿Cómo es eso, ño Bashuto?..-.
 Bashuto se desprendió del puro, y tiró por un lado una escupida grande como un caite, y así sonora.
       -Cuestiones de la suerte, hombré. Vos vas arando y ¡plosh!, de repente pegas en la huaca´, y yastuvo; tihacés de plata.
 
       -¡Achís!, ¿en veras, ño Bashuto?
       -¡Comolóis!.
       
Bashuto se prendió al puro con toda la fuerza de sus arrugas, y se fue en humo. Enseguiditas contó mil hallazgos de botijas, todos los cuales "el bía prisenciado con estos ojos". Cuando se fue, se fue sin darse cuenta de que, de lo dicho, dejaba las cáscaras. Como en esos días se murió la Petrona Pulunto, José levantó la boca y la llevó caminando por la vecindad, sin resultados nutritivos. Comió majonchos robados, y se decidió a buscar botijas. Para ello, se puso a la cola de un arado y empujó. Tras la reja iban arando sus ojos. Y así fue como José Pashaca llegó a ser el indio más holgazán y a la vez el más laborioso de todos los del lugar. Trabajaba sin trabajar -por lo menos sin darse cuenta- y trabajaba tanto, que a las horas coloradas le hallaban siempre sudoroso, con la mano en la mancera y los ojos en el surco. Piojo de las lomas, caspeaba ávido la tierra negra, siempre mirando al suelo con tanta atención, que parecía como si entre los borbollos de tierra hubiera ido dejando sembrada el alma. Pa que nacieran perezas; porque eso sí, Pashaca se sabía el indio más sin oficio del valle. Él no trabajaba. Él buscaba las botijas llenas de bambas doradas, que hacen "¡plocosh" cuando la reja las topa, y vomitan plata y oro, como el agua del charco cuando el sol comienza a ispiar detrás de lo del ductor Martínez, que son los llanos que topan el cielo.
       Tan grande como él se hacía, así se hacía de grande su obsesión. La ambición más que el hambre, le había parado del cuerpo y lo había empujado a las laderas de los cerros; donde aró, aró, desde la gritería de los gallos que se tragan las estrellas, hasta la hora en que el
 güas ronco y lúgubre, parado en los ganchos de la ceiba, puya el silencio con sus gritos destemplados. Pashaca se peleaba las lomas. El patrón, que se asombraba del milagro que hiciera de José el más laborioso colono, dábale con gusto y sin medida luengas tierras, que el indio soñador de tesoros rascaba con el ojo presto a dar aviso en el corazón, para que este cayera sobre la botija como un trapo de amor y ocultamiento. Y Pashaca sembraba, por fuerza, porque el patrón exigía los censos. Por fuerza también tenía Pashaca que cosechar, y por fuerza que cobrar el grano abundante de su cosecha, cuyo producto iba guardando despreocupadamente en un hoyo del rancho por siacaso. Ninguno de los colonos se sentía con hígado suficiente para llevar a cabo una labor como la de José. "Es el hombre de Jierro", decían; "ende que le entró a saber qué, se propuso hacer pisto. Ya tendrá una buena huaca...." Pero José Pashaca no se daba cuenta de qué, en realidad, tenía huaca. Lo que él buscaba sin desmayo era una botija, y siendo como se decía que las enterraban en las aradas, allí por fuerza laincontraría tarde o temprano. Se había hecho no sólo trabajador, al ver de los vecinos, sino hasta generoso. En cuanto tenía un día de no poder arar, por no tener tierra cedida, les ayudaba a los otros, les mandaba descansar y se quedaba arando por ellos. Y lo hacía bien: los surcos de su reja iban siempre pegaditos, chachadas y projundos, que daban gusto.
       -¡Onde te metés babosada. Pensaba el indio sin darse por vencido.
 
       -Y tei de topar, aunque no querrás, así mihaya de tronchar en los surcos.
       
Y así fue; no del encuentro, sino lo de la tronchada. Un día, a la hora en que se
 verdeya el cielo y en que los ríos se hacen rayas blancas en los llanos, José Pashaca se dió cuenta de que ya no había botijas. Se lo avisó un desmayo con calenturas; se dobló en la mancera; los bueyes se fueron parando, como si la reja se hubiera enredado en el raizal de la sombra. Los hallazgos negros, contra el cielo claro, voltiando a ver el indio embruecado y resollando el viento oscuro. José Pashaca se puso malo. No quiso quenaide lo cuidara. "Dende que bía finado la Petrona, vivía íngrimo en su rancho".
       
Una noche, haciendo juerzas de tripa, salió sigiloso llevando, en un cántaro viejo, su huaca. Se agachaba detrás de los matochos cuando óiba ruidos, y así se estuvo haciendo un hoyo con la cuma. se quejaba a ratos, rendido, pero luego seguía con bríos su tarea. Metió en el hoyo el cántaro, lo tapó, bien tapado, borró todo rastro de tierra removida y alzando sus brazos de bejuco hacia las estrellas, dejó liadas en un suspiro estas palabras:
       -"¡Vaya; pa que no se diga que ya nuai botijas en las aradas!"........

LA PETACA

        Era pálida como la hoja mariposa; bonita y triste como la virgen de palo que hace con las manos el bendito; sus ojos eran como dos grandes lágrimas congeladas; su boca, cómo no se había hecho para el beso, no tenía labios, era una boca para llorar; sobre los hombros cargaba una joroba que terminaba en punta: La llamaban la pecheMaría.
       En el rancho eran cuatro: Tules, el tata, La Chon su mamá, y el robusto hermano Lencho. siempre María estaba un grado abajo de los suyos. Cuando todos estaban serios, estaba llorando; cuando todos sonreían, ella estaba seria; cuando todos reían, ella sonreía; no rió nunca. Servía para buscar huevos, para lavar trastes, para hacer rir...
       - ¡Quitá diay, si no querés que te raje la petaca!
       - ¡Peche, vos quizá sos hija del cerro!
       
Tules decía:
       - Esta indizuela no es feya; en veces mentran ganas de volarle la petaca, diún corvazo!
       
Ella lo miraba y pasaba de uno a otro rincón, doblaba de lado la cabecita, meciendo su cuerpecito endeble, como si se arrastrara. Se arrimaba al baul, y con un dedito se estaba allí sobando manchitas, o sentada en la cuca, se estaba ispiando por un hoyo de la paré a los que pasaban por el camino.
       Tenían en el rancho un espejito ñublado del tamaño de un colón y ella no se pudo ver nunca la joroba, pero sentía que algo le pesaba en las espaldas, un cuenterete que le hacía poner cabeza de tortuga y que le encaramaba los brazos: La Petaca.
       Tules la llevó un día onde el sobador.
       - Léi traido para ver si uste le quita la puya, pueda ser que una sobada....
       - Hay que hacer perimentos difíciles, vos, pero si me la dejás unos ocho días, te la sano todo lo posible.
       
Tules le dijo que se quedara.
       Ella se jaló de las mangas del tata; no se quería quedar en la casa del sobador y es que era la primera vez que salía lejos, y que estaba con un extraño.
       - ¡Papa, paíto, ayéveme, no me deje!
       - Ai tate, te digo; vuá venir venir por vos el Lunes.
       
El sobador la amarró con sus manos huesudas.
        - Anadate ligero, te la vuá tener!
       
El tata se fue a la carrera. El sobador se estuvo acorralándola por los rincones, para que no se saliera. Llegaba la noche y cantaban gallos desconocidos. Moqueó toda la noche. El sobador vido quera chula.
       - Yo se la sobo; ¡ajú!- pensaba, y se reiba en silencio.
       Serían las doce, cuando el sobador se le arrimó y le dijo que se desnudara, que le iba a dar la primera sobada. Ella no quiso y lloró más duro. Entonces el indio la trincoa la juerza, tapándole la boca con la mano y la dobló sobre la cama.
       - ¡Papa, papita!.....
       
Contestaban las ruedas de la carretera noctámbulos, en los baches del lejano camino.
       El lunes llegó Tules. La María se le presentó gimiendo...el sobador no estaba.
       - ¿Tizo la peración, vos?
       - Sí papa...
       - Te dolió vos?
       - Sí, papa...
       - Pero yo no veo que se te rebaje...
       - Dice que se me vir bajando poco a poco....
       Cuando el sobador llegó, Tules le preguntó cómo iba la cosa.
        - Pues, va bien -le dijo-, sólo quiay que esperarse unos meses. Tiene quirsele bajando poco a poco.
       
El sobador viendo que Tules se la llevaba, le dijo que porqué no se la dejaba otro tiempito, para más seguridá; pero Tules no quiso, porque la peche le hacía falta en el rancho.
       Mientras el papa esperaba en la tranquera del camino, el sobador le dió la última sobada a la niña. Seis meses después, una cosa rara se fue manifestando en la pecheMaría. La joroba se le estaba bajando a la barriga. Le fue creciendo día a día de un modo escandaloso, pero parecía como si la de la espalda no bajara gran cosa.
       - ¡Hombre! -dijo un día Tules-, ¡esta babosa tá embarazada!
       - ¡Gran poder de Dios! -
dijo la nana.
       - ¿Cómo jué la peración que te hizo el sobador, vos?....ella explicó gráficamente.
       - ¡Ayjuesesentamil! -rugió Tules- ¡mianimo ir a volarle la cabeza!
       
Pero pasaba el tiempo de ley y la peche no se desocupaba. La partera, que había llegado para el caso, uservó que la niña se ponía más amarilla, tan amariya, que se taba poniendo verde. Entonces diagnosticó de nuevo.
       - Esta lo que tiene es fiebre pútrida, manchada con aigre de corredor.
       - ¡Eee?......
       - Mesmamente, hay que darle una güena fregada, con tusas empapadas en aceiteloroco, y untadas con kakevaca.
       
Así lo hicieron. Todo un día pasó apagándose; gemía. Tenían que estarla volteando de un lado a otro. No podía estar boca arriba, por la petaca; ni boca abajo por la barriga.
       En la noche se murió.
       Amaneció tendida de lado, en la cama que habían jalado al centro del rancho. Estaba entre cuatro candelas. Las comadres decían:
       - Pobre, tan güena quera; ¡ni se sentía la indizuela de mansita!
       - ¡Una santa! ¡Si hasta, mirá, es meramente una cruz!
       Más que cruz, hacía una equis, con la línea de su cuerpo y la de las petacas. Le pusieron una coronita de siemprevivas. Estaba cómo en un sueño profundo; y es que ella siempre stuvo un grado abajo de los suyos, cuando todos estaban riendo, ella sonreía; cuando todos sonreían, ella estaba seria; cuando todos estaban serios, ella lloraba; y ahora, que ellos estaban llorando, ella no tuvo más remedio que estar muerta....
 

Salvador Salazar Arrué (Salarrué) - CUSCATLAN

www.cuscatla.com/salarrue.htm

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